Laboratorio de periodismo sobre economía y Agenda 2030

Teletrabajo y género: ¿la vuelta al hogar?

La falta de un reparto equitativo del trabajo de cuidados ha resultado en jornadas laborales más largas para las mujeres. El teletrabajo puede eliminar la barrera que esto supone para acceder al mercado de trabajo, pero también empeorar la calidad de vida de las mujeres que ya trabajan.

QQUILLACCORI GARCÍA LÓPEZ

La COVID-19 ha supuesto un giro sin precedentes en nuestra forma de concebir el trabajo y la conciliación personal, familiar y laboral. Antes de la pandemia, España se encontraba a la cola en materia de teletrabajo, apenas rozando el 5% del total de personas ocupadas trabajando desde su domicilio particular ocasionalmente o más de la mitad de los días de la semana. Pese a que muchas voces señalan que el teletrabajo puede ser un arma de doble filo y resultar en un retroceso de los derechos laborales, otras prefieren centrarse en las oportunidades que ofrece para liberarnos de los horarios fijos, los trayectos interminables y la anticuada idea de que la valía de una persona trabajadora depende del cómputo de horas que pase en la oficina.

Fuente: Encuesta de Población Activa. Instituto Nacional de Estadística.

De hecho, la posibilidad de tener más tiempo libre que dedicar al ocio, a la familia o al cuidado de los hijos es la razón fundamental que se esgrime para defender el teletrabajo, sobre todo desde una perspectiva de género. No obstante, el debate no es tan sencillo como parece, y para entenderlo un poco mejor hay que tener en cuenta tanto lo que muestra la EPA como lo que oculta.

En primer lugar, se ha de tener en cuenta que el porcentaje de personas ocupadas que trabajan desde su domicilio particular incluye, por definición, a aquellas que tienen la posibilidad de trabajar desde casa, tanto por la naturaleza de su trabajo como por la política de la empresa, y que hacen uso de dicha posibilidad. Esto es importante para explicar por qué la proporción de mujeres sobre el total de ocupadas que trabajan desde casa es menor que su equivalente masculino hasta el año 2020.

Por un lado, tenemos la segregación horizontal, término con el que se describe la concentración de hombres y mujeres en distintos sectores y profesiones. Uno de los ejemplos más claros es la abrumadora proporción de mujeres entre las trabajadoras del hogar o en otras profesiones relacionadas con los cuidados, como la enfermería o la educación infantil. La sobrerrepresentación de las mujeres en sectores que requieren contacto directo con el cliente y, por tanto, tienen alta presencialidad, apunta a que, en general, las mujeres disfrutaban de la posibilidad de trabajar desde casa en menor medida. 

Por otro lado, está la segregación vertical, concepto que engloba a los famosos “techo de cristal” y “suelo pegajoso”, que describen cómo las mujeres se ven circunscritas a un rango muy específico de cargos dentro de su profesión. Esto no solo afecta al tipo de tareas que realizan las mujeres en sus puestos de trabajo, sino que su posición relativamente baja en la cadena de mando hace que puedan verse condicionadas en su decisión de teletrabajar por lo que hagan sus superiores. Además, la poca frecuencia con que se teletrabajaba antes de la pandemia hacía que las reuniones en la oficina fuesen menos inclusivas hacia las personas que trabajaban desde casa, lo que magnificaba la relegación de las mujeres dentro de sus equipos y actuaba como incentivo en contra del teletrabajo.

Los cuidados y la pandemia

En segundo lugar, encontramos que este fenómeno se revierte por completo a raíz de la pandemia, y que la causa más probable son los cuidados. En una economía en la que este trabajo no remunerado es mayoritariamente realizado por mujeres, tiene sentido pensar que las mujeres serán las primeras y las mayoritarias en aceptar el teletrabajo cuando la demanda de cuidados aumenta a raíz del cierre de los centros educativos y el confinamiento decretado para controlar la pandemia. Además, se trata de una situación que persiste en el tiempo: las mujeres también serán las últimas en volver a la oficina, ya que para ellas el teletrabajo se ha convertido en un deber, en un requisito para cumplir el rol de cuidadoras. Así, volver a la oficina se convierte en un “privilegio”.

Al hilo de lo anterior, hay estudios que plantean el teletrabajo como una herramienta para posibilitar que más mujeres busquen empleo. Esto se debe a que reduce por completo el tiempo que se emplea para ir de la casa al trabajo y, teniendo en cuenta que los centros escolares y guarderías se suelen escoger por su cercanía al domicilio, del cuidado de los hijos al trabajo. Para las mujeres que tienen que hacer una “doble jornada” diaria, el coste relativo de tener que desplazarse para ir al trabajo es demasiado alto: simplemente, se trata de un tiempo del que no disponen y que, además, reduce su margen de actuación ante imprevistos de los que también tienen que hacerse cargo. Como las mujeres ganan de media  menos que los hombres, la probabilidad de que los ingresos del salario no superen los costes de oportunidad y transporte es más alta cuando no existe opción de teletrabajar, algo que muchas veces se traduce en que muchas mujeres deciden no trabajar o trabajar a jornada parcial.

Así, la característica principal del teletrabajo es que permite a las mujeres trabajar mientras se ocupan de la casa y de los hijos. Agrupar las dos jornadas, la laboral y la de cuidados, podría resultar en más tiempo libre para algunas mujeres, para dedicar al descanso o a otras actividades. No obstante, también puede dar lugar a una jornada de trabajo excesivamente larga, en la que no hay una separación clara entre el trabajo remunerado y el no remunerado, lo que tiene efectos devastadores sobre el estado físico y mental de las mujeres. Ambas opciones tienen un impacto claro, pero en sentidos distintos, no solo sobre el bienestar sino sobre la productividad, uno de los estándares por los que se rige el mercado de trabajo.  

Sin embargo, en un mercado de trabajo altamente competitivo, en el que algunos sectores que ofrecen gran prestigio y salarios relativamente altos – como el sector financiero – premian o incluso esperan que sus empleadas dediquen el máximo tiempo posible a su trabajo, algo que a menudo ni siquiera se relaciona con el número de tareas u objetivos alcanzados con éxito, las mujeres que teletrabajan cuentan con una desventaja competitiva. 

En definitiva, cuando aparecen estudios que ensalzan los efectos del teletrabajo respecto a la igualdad de género tenemos que preguntarnos, en primer lugar, si el tener más tiempo para realizar un trabajo no remunerado repartido de forma desigual se trata de un verdadero beneficio.

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