Laboratorio de periodismo sobre economía y Agenda 2030

Leer antes de consumir

La acción de consumir dice mucho del modelo de economía. Inmersas en una crisis sanitaria y económica, que agrava la ecológica, no podemos obviar nuestros hábitos diarios de consumo. Ante esto, hay algunas salidas posibles que conviene conocer.

Asier Arbizu Aguirre, Eduardo Martín Ruano, Florencia Mieles Alba, Jesús Carlos Avecilla de la Herrán, Sara Núñez Conde

Como escribía Eduardo Galeano en Derecho a delirar, tenemos el derecho de imaginar un mundo en el que, entre otros delirios, los economistas han dejado de llamar calidad de vida a la cantidad de cosas que tenemos, o nivel de vida al nivel de consumo. Y es que la acción de consumir es una de las que mejor define el modelo de la economía actual. Proveniente del latín consumere, significa usar algo hasta que se agota o se acaba, absorber del todo, emplear, gastar, consumir un plazo de tiempo, llevar algo hasta su final o destruir. El nivel de consumo, por tanto, el de calidad de vida, representa el nivel de gasto, de agotamiento, de destrucción.

Hemos interiorizado la importancia del consumo para que la economía funcione. Desde las aulas hasta los grados, pasando por los mass media hasta la adaptación social, se nos enseña que el consumo depende de la riqueza y de la renta actual, y que responde a necesidades (movidas usualmente por expectativas). Nos enseñan que el flujo de la renta requiere del consumo desde los hogares para completar un círculo cuyo objetivo es aumentar la producción para aumentar, aún más, el consumo, y así ad infinitum. Pero, ¿dónde están los límites, sociales y planetarios? ¿Cómo se distribuye realmente la renta y el consumo?

“El consumo es una de las variables fundamentales de incidencia en el Cambio Global, y simultáneamente es uno de los vectores que vertebran el funcionamiento de nuestra sociedad”, señalaba el informe del año 2012, Cambio Global 2020/50, Consumo y estilos de vida. El sistema económico actual está basado en la producción continuada de bienes y servicios, por lo que para que el modelo económico funcione es necesario mantener y acrecentar el consumo de manera continuada y exponencial, y a su vez, insostenible. Desde sus orígenes la idea de crecimiento ilimitado, como paradigma de economistas (neo)clásicos, no ha llegado a tener en cuenta los recursos naturales ni el capital humano involucrado en la producción, con límites estructurales y no coyunturales. 

Hace poco más de un año, la OMS declaraba la Covid-19 como emergencia sanitaria internacional. Sólo unos días antes, el Gobierno de España había declarado el estado de emergencia climática. Nos gustaría hablar en pasado, dejar el (d)año atrás, pero la situación sigue siendo la misma, quizás peor. La crisis (sanitaria, climática y económica) nos recuerda la necesidad vital de una economía centrada en la vida. 

Hábitos de consumo y lo que suponen

Ante la crisis medioambiental que estamos viviendo es necesario cambiar los hábitos de consumo, en especial en los países de occidente. Puede que este consumo no sea la única causa, pero sí es el principal responsable del agotamiento de los recursos del planeta. 

Hemos vivenciado las transformaciones provocadas por la actual pandemia. En referencia a los hábitos de consumo, el más significativo ha sido el incremento del consumo a través de Internet debido a la imposibilidad de demandar productos y servicios de manera presencial. 

En España, tal y como muestra la encuesta de Equipamiento y uso de TIC elaborada por el INE, la compra online se ha intensificado en los últimos meses. Más de la mitad de la población española de 16 a 74 años, exactamente el 53,8%, ha comprado por internet en los últimos tres meses. Esto supone un aumento de 6,9 puntos porcentuales para los mismos meses del 2019, y de hasta 26 con respecto a 2014. El gasto medio estimado por persona alcanza los 273,8€, que supone un aumento de 9€ respecto al año anterior. Y, aunque el gasto promedio de la compra baja, aumenta el número total de compras.

Si leemos en términos medioambientales, la distribución y el transporte de estas compras suponen un mayor gasto de energía. Un informe de Greenpeace revela que gran parte del incremento de las compras por internet se debe al auge de los envíos inmediatos, que contaminan tres veces más que los envíos convencionales. Esto hace necesario emplear un mayor número de transportes para que las entregas lleguen a tiempo. Además, el comercio online llega a producir el doble de residuos que el comercio tradicional porque emplea un mayor número de embalajes difíciles de reciclar. Por otro lado, a causa de que cada vez más plataformas de e-commerce incluyen devoluciones gratuitas en sus pedidos, han aumentado las tasas de devolución: 1 de cada 3 productos adquiridos vía online son devueltos.

En un informe publicado por la sociedad de auditoría KPMG, “Consumidores y nueva realidad: primer sondeo” se pregunta a las personas encuestadas de qué forma ha afectado la pandemia a su economía, a lo que más de la mitad responde que ha empeorado en cierta medida (17%) o mucho (41%). Ante tamaña destrucción de empleo, mientras la mayor parte de la población estaba encerrada en sus casas, el consumo se ha canalizado por tres vías: sectores como la comida a domicilio (gastarse dinero en “comida de fuera” ahora que no hay un espacio físico donde socializar ya no sirve para cubrir necesidades fisiológicas, si no para demostrar en esa comodidad de delegar en un tercero que solo un margen de ahorro puede dar), la compra online (como única oportunidad de crear puestos de trabajo desde el reparto a la logística) y las plataformas de la industria del entretenimiento por streaming y a la carta. 

Nuevos hábitos

Ante todo ello, existen otras fórmulas, algunas diferentes, otras complementarias, como pueden ser la economía rosquilla, la economía del cuidado o el decrecimiento.

Kate Raworth propone la economía rosquilla e introduce nueve límites planetarios que actúan como techo medioambiental para el funcionamiento de la economía, así como 11 privaciones sociales que actúan como suelo social. Dentro de estos límites, toda actividad económica (que conlleva producción y consumo) sería respetuosa con el medio ambiente y justa para toda la humanidad.

El decrecimiento, por su parte, ante la crisis ecológica, afirma que no es posible continuar con el crecimiento económico en los términos actuales. Por ello, aboga por reducir las actividades económicas más nocivas que, según la propuesta de Carlos Taibo, son “la automovilística, la de la aviación, la de la construcción o la militar”. Según el economista Joan Martínez-Alier, “el decrecimiento sostenible puede definirse como una reducción de escala equitativa de producción y consumo que aumenta el bienestar humano y mejora las condiciones ecológicas a nivel local y mundial en el corto y largo plazo”. 

De esta forma, mientras que el crecimiento verde considera posible un crecimiento económico sostenible, con una transformación de la economía que empiece a tener en consideración el medioambiente, el decrecimiento ve necesario abandonar la idea de dicho crecimiento, y por tanto, avanzar hacia una reducción de la economía, rechazando algunas actividades, apostando por el reparto del trabajo y fomentando una transición de los valores de la sociedad, de lo individual a lo colectivo. 

No podemos dejar que se apropien del ecologismo sin cuestionar el consumo como garante del sistema económico ni debemos permitir que esto nos afecte en lo social. Debemos perfilar qué queremos realmente, no mostrar pasividad como consumidoras para así buscar otra voluntad, escoger las palabras, reunir valor y hablar claro para andar otro camino.

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